Yo vieja

Es curioso eso de la vejez, tan evidente y que a la vez puede resultar tan falso, al menos como sensación.

Sí, es esencial que lo estudiemos, que recordemos el sufrimiento femenino que ha venido causando esa mezcla letal de prepotencia e ignorancia, tan enraizadas en el ancestral machismo. Incluso llegó a inventar aquella fantasía de la teología cristiana de que la mujer era un ser biológicamente imperfecto, que había perdido su pene, el cual solo recobraría al entrar en el paraíso. Eso, quedaba claro, si había sido buena y se lo había ganado. Que sórdida imagen daba también esa narcisista fantasía de paraíso hermafrodita. Con esa visión resultaba difícil competir con un islamismo, igual o aún más machista, pero que prometía a los hombres un paraíso con huríes.

Todas esas barbaridades, unas solo teóricas y otras con mayor crueldad práctica añadida, no solo crearon en las mujeres un desconocimiento social tan fuerte sobre ellas mismas, sino que contribuyeron, durante siglos, a crear un manto de ocultación, más allá del misterio, sobre el cuerpo femenino. Este devenía en sí mismo objeto de pecado, ¡incluso para la mujer misma! Tanto e

Quizás con el tiempo y la conversación con otras mujeres te conviertas en una vieja incómoda, que se resiste a las expectativas de esta sociedad que trata de situarnos en un vacío de significado. Celebrémoslo.

Bienvenida al club de las viejas tremendas.

Aunque parezca obvio, me gusta recordar que la obligación de cualquier pensadora es pensar, cuestionar, poner la duda encima de la mesa. Inquietar. No repetir y consolidar lo ya sabido y menos cuando con ello se contribuye a mantener y consolidar los límites que nos empequeñecen. Es posible que muchas de las propuestas y diabluras que sugiero en este libro parezcan utopías. Es posible, pero estoy convencida de que sin utopía no hay cambio.

se requieren para ser auténticamente seres humanos: la creatividad, la sabiduría, el valor, la generosidad, la dignidad personal y el ser profundamente capaces de lealtad. Todos ellos los repartimos a raudales. Somos profundamente humanas.

Queremos vivir en un entorno que nos facilite la vida cotidiana, por el simple hecho de ser viejas, por lo que hemos significado en tiempos pasados, por lo que somos ahora y por lo que podemos aportar en el futuro. Una comunidad que se desviva por cualquier persona mayor, ofreciéndole parcelas de bienestar y complicidad, se sorprenderá al descubrir el interesante mundo de las viejas tremendas.

https://www.eldiario.es/cv/arguments/derechos-humanos-trato-personas-mayores_6_818978115.html

Una carrera de fondo que no ha terminado y que, desde luego, podemos tener por seguro que nadie, nadie, la hará por nosotras. Todo puede ser mucho más fácil y divertido si lo hacemos en comunidad con otras mujeres que también están por la labor de construir nuevas vejeces y orientarnos en este espacio sin manual de instrucciones que supone la vejez para nosotras.

Pero no seas una vieja siempre risueña, como pidiendo perdón por existir, anhelando no molestar o tratando de resultar agradable. Deja de sonreír por amabilidad o inercia. Ya no somos esa audiencia amable y agotada.

La risa es un arte que las mujeres mayores practicamos con sabiduría, para gran desconcierto de la sociedad, que nos prefiere silenciosas y tirando a tristes. Las viejas nos reímos de nosotras, de los demás y del mundo.