Qué coño estás haciendo? —preguntó Georgina.
—Estoy tratando de llegar al fondo de esto —respondí.
—¿Al fondo de qué? —Georgina parecía enfadada.
—De mi mano —dije, agitándola. Una gota de sangre bajó por mi muñeca.
—Bien. Para ya —ordenó.
—Es mi mano —contesté. Yo también estaba enfadada. Y me estaba poniendo muy nerviosa. Oh, Dios, pensaba, no hay ningún hueso debajo, no hay nada.