Hay muchas diferencias de opinión entre los investigadores que participan en la red modernidad/colonialidad, y esto no solo en temas de orden teórico. Pero es normal que esto ocurra en una asociación de tipo “red”. En mi caso particular, la relación que he tenido con modernidad/colonialidad es una típica relación-red que combina la resonancia con la disonancia.
Las resonancias se dan sobre todo en la distinción que la red plantea entre las nociones de colonialismo y colonialidad. Mientras que la primera hace referencia al sometimiento militar, ocupación territorial y administración jurídica de un pueblo por parte de una potencia imperial extranjera, la segunda alude a las herencias que el colonialismo deja en el orden simbólico, afectivo y cognitivo de ese pueblo, aún después de que la ocupación territorial y la administración jurídica han finalizado. Decimos por eso que aunque el colonialismo finalizó en América Latina con las guerras de independencia en el siglo XIX, la colonialidad sigue vigente hasta hoy. Yo agregaría que mientras el colonialismo (pero también el neocolonialismo y el imperialismo) son fenómenos que remiten casi exclusivamente al orden molar, la colonialidad remite también a experiencias de orden molecular. Desde luego que no se pueden separar las dos cosas, lo molar y lo molecular, sino que se trata de una cuestión de acentos. Por eso, al hablar de las herencias coloniales en Colombia me refiero con ello no tanto a una macrofísica de los poderes globales, sino sobre todo, a una microfísica del poder alojada en nuestra experiencia histórica.