«El verdadero flâneur camina en un sentido hasta que un coche que pasa delante de él, un apuro cualquiera, un escaparate que hace esquina, un empujón o un codazo le invitan a tomar otra dirección. De accidente en accidente, de empujón en empujón, el flâneur va, viene, vuelve otra vez y puede acabar encontrándose o muy cerca o muy lejos de su casa, según los designios del azar.»
Paseante ocioso, agudo observador de la muchedumbre, la figura del flanêur apareció a principios del siglo XIX por los bulevares y pasajes de París coincidiendo con el levantamiento de la gran ciudad moderna. Fisiología del flanêur, publicado en 1841, representa uno de los intentos más precoces de fijar su arquetipo. Louis Huart relata con gran sentido del humor quién era y cómo vivía ese hombre a quien Balzac definió como el único «verdaderamente feliz en París».
Buenas piernas, oído fino y vista aguda son sus cualidades, pero quizá el flanêur hoy represente algo más: un peculiar ejemplo de solitaria felicidad.