Roads

siempre aparecía en momentos inesperados para llenarlo de dudas y luego huir.

ra eso que experimentaba cuando él se alejaba, no importaba el motivo, era una necesidad el tenerlo allí.

La gente de América se apasiona demasiado,

El ejercicio mórbido de buscar en el bolso una posibilidad de olvido:

Por eso él entiende de estas cosas, de los reencuentros, de la necesidad que surge en dos personas que, a pesar de la distancia, tienen que verse a los ojos y decirse: nada ha cambiado

Pensaban en las cosas que siempre dejaban pendientes, en las despedidas que parecían perseguirlos.

La vecina le miraba con reproche, con un diálogo donde podía imaginar las palabras duras que suelen decir los extraños que nada entienden.

haciendo fila en él para cruzar a Estados Unidos. Sonreían al oficial de emigración justo al llegar a la garita, decían: vamos a visitar a unos parientes a Fontana, necesitamos un permiso. Luego el auto era desviado hacia un estacionamiento especial donde esperaban a que se acercara otro oficial y les diera la autorización. Llegaba aquel tipo, siempre era mejor que fuera hombre, las mujeres por lo general eran muy malas, hacían demasiadas preguntas. Qué niña tan delgada, qué piernitas tan flacas, enclenque hasta el fondo. Danya recordaba que bajaban del auto y eran encaminadas hacia una oficina donde casi siempre las preguntas iban dirigidas a su madre: ¿trabaja señora? ¿está casada? ¿esta niña es su hija? Una vez conseguido aquel papel amarillo, regresaban al auto, siempre sonriendo a los oficiales que encontraban en su camino. Algo que había aprendido de su madre era que la sonrisa era un buen augurio, la mejor manera de ocultar las cosas: caminar libres de pecado por el mundo.

Quería con sus palabras lastimar a su madre, decirle que el tiempo ya estaba perdido, que nunca más serían alcanzables las cosas; ella no respondió a sus afirmaciones, sólo guardó silencio.

Qué lenta es la velocidad de los cortejos fúnebres