Digo: ¿sabes que escribo?
Dice: sé quién es usted. Lo he sabido en cuanto ha aparecido ante mí, en el hotel, en la acera.
Se expresa sin fanfarronería, pero con aplomo.
En ese instante me planteo la hipótesis de que tal vez me haya visto alguna vez en la tele y que goce de una memoria excelente. O que casualmente haya leído alguno de mis libros, aunque lo dudo; los chicos de veinte años no leen mis libros, o muy pocos.
Pone término a mis especulaciones: mi padre me ha hablado de usted. Un día que salió en la tele dijo que le había frecuentado en el instituto.
Rememora lo extraño que le pareció entonces su padre, agitado, de hecho, cosa que le asombró porque siempre lo veía calmado. El hijo atribuyó esa agitación ala sorpresa, al estupor. Además, no todos los días se conoce a alguien que sale en la tele. Ni todos los días aparece alguien de tu pasado remoto, sin preaviso.
Digo: pero ¿cómo es posible que te acuerdes de mí? Si solo me viste aquella vez, con él.
Me corrige: le he visto varias veces. Cuando las revistas de la tele anunciaban que saldría usted en algún programa, lo veíamos.
El padre ordenaba silencio, la madre prefería volver a la cocina, a otros quehaceres, no le interesaban demasiado los escritores, no le interesaban demasiado las experiencias de su marido antes de conocerla. El hijo, por su parte, se quedaba. No se atrevía a hacer preguntas. Dudaba que su padre le contestara. Pero se quedaba. Estaba más pendiente de su padre, hipnotizado por el televisor, que de la pantalla.
Dice: se leía todos sus libros, aunque nunca había leído.
Comenta que los libros se encuentran en casa, en algún lugar, no a la vista, en un armario, sin duda, o en el desván, pero en cualquier caso allí están. El hijo se acuerda de una cubierta en especial: se trata de un cuadro, un bar, una mujer con un vestido rojo sentada a la barra, junto a un hombre con un traje y un sombrero, están muy cerca el uno del otro, casi se rozan, entre ellos hay proximidad, pero no se sabe si es intimidad, también se ve a un camarero al otro lado de la barra, vestido de blanco, inclinado hacia delante, atareado con algo. Dice: es un cuadro americano, ¿no?
Digo el nombre del pintor. Soy incapaz de articular nada más.