–Asp... –tragó saliva y ninguno se movió. Nariz con nariz. Con esas tres letras, sus labios rozaron los míos. Me estremecí–. Aspen –de nuevo, el roce. Me estaba muriendo–, siento que eres un semáforo en rojo. –En la última palabra, sus labios cayeron tan cerca de los míos, que se tocaban. No era un roce. Era un toque directo. Estábamos ahí. Nos moríamos juntos–. Eres el único semáforo en rojo que me muero de ganas de cruzar.