«Uno de mis tormentos», decía, «es no lograr transcribir con fluidez nada de lo que previamente había compuesto dentro de un orden. Cierto que mi memoria es muy mala, pero incluso la mejor de las memorias sería incapaz de ayudarme a transcribir con exactitud un párrafo, por pequeño que sea, pensado y retenido de antemano, pues dentro de cada frase hay transiciones que deben permanecer en suspenso con anterioridad a su redacción. Cuando me siento luego, con el fin de escribir la retenida frase, no veo sino fragmentos que están ahí y que no logro ni atravesar ni sobrepasar con la mirada».