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Books
Sara Bertrand

Un libro es una pregunta

  • Elizabeth Alvarez Joséцитирует4 месяца назад
    entrar en una sala de clases es conectarse a una válvula vital, como si llegara mucho más oxígeno del que necesitas y de pronto vieras la realidad aumentada, en 4D. Es una experiencia adictiva, de algún modo, porque los jóvenes consumen energía, es verdad, pero también regalan muchísima. Así es que estas reflexiones están dedicadas a ellas y ellos.
  • Elizabeth Alvarez Joséцитирует4 месяца назад
    El afuera entonces también significa ahí dentro, en las páginas de esos libros que descansan en la biblioteca, donde existen historias, personajes, lugares, culturas, lenguas, seducciones, lealtades, amores, amistades profundas, quiebres insostenibles y, todo ello, es una posibilidad de diálogo. Una posibilidad de lenguaje, construcción simbólica del mundo que los rodea y se abre en su infinidad de caminos y que los espera, eso debiéramos decirles: los estamos esperando. Es más, dejarles claro que los necesitamos para construir algo bello.
  • Elizabeth Alvarez Joséцитирует4 месяца назад
    En la educación que les ofrecemos hace falta incorporar ese tipo de coraje, conciencia de que todo acaba, certeza de que la vida merece la pena vivirse, sorteando dificultades, amasando buenos momentos; arrojo para hacer frente a fantasmas y demonios; agudeza para elaborar sus relatos, reuniendo en esas historias paisaje, viajes, caídas, logros y búsquedas; coraje para conquistar su libertad, tomar decisiones y estar en sintonía con ellos mismos. Necesitan, como decía Nietzsche,40 tener alas para volar y ensayar vuelos, formas, ritmo y velocidad. Hombre, mujer, homosexual, bisexual, distintos géneros, identidades y orientaciones definirán en parte el afuera, y eso también es vértigo. Eros, el otro. El diferente a mí, una posibilidad de encuentro, la perspectiva de conocerme en profundidad. El deseo. ¿Cómo tendrán conciencia de sus propios bordes si no se exponen a lo distinto? El peligro. Si convivieran en una masa de iguales, no haría falta probarse ni reconocerse. Permitir ese tránsito libre entre una imagen y otra debiera ser parte de cualquier proyecto educativo, que se ejercitara en la comunidad escolar, en la convivencia con compañeras y compañeros, que cada encuentro formara parte de esa línea que dibuja, que va, poco a poco, dotando de contornos. Para eso está el arte, la música, la danza, el teatro, la pintura, el dibujo, está la posibilidad de fabular y recorrer otras galaxias, otros espacios simplemente siguiendo la cadencia de una mano. Y están los libros.
  • Elizabeth Alvarez Joséцитирует4 месяца назад
    Volver sobre autitos, piezas de madera, lápices y papel. Nuestros aliados, nuestra parcela fortificada. Ahí dentro no pasa nadie sin nuestro permiso, ese mundo infantil era roca pura, o así se siente antes de dejarlo atrás. Como todo duelo, duele. No es fácil. Y nos precipita al abismo de saber que termina, una conciencia que durante la infancia se adormece, basta la casa, la madre, el padre, los juegos, para olvidar que estamos solos. A medida que crecemos, esa seguridad nos abandona y la conciencia de la muerte hace entrada como conciencia de la nada, habitar el vacío, percibir la soledad. ¿Qué es el miedo a la noche, al sueño, sino la certeza de que un día nos iremos, no sabemos bien dónde, pero dejaremos atrás no solo la casa, sino todo lo demás? Porque llega la noche, y justo antes de caer dormidos, nuestra muchacha o muchacho se pregunta: ¿dónde iré a parar cuando muera?
  • Elizabeth Alvarez Joséцитирует4 месяца назад
    el futuro prometía todo lo que teníamos vetado en casa, imaginábamos una libertad sin límites, emancipación total, pero romper es difícil y la libertad, casi imposible. A cada grito, cuando alzamos la voz para decir, oíamos la duda. El remordimiento. Las sensaciones son intensas, no existe término medio, hacia un lado con fuerza; al otro, con la misma potencia y, a veces, queremos abandonar el buque, esa torpeza que nos navega, volver a nuestra pieza, cerrar de un portazo y reconstruir esa ciudad o castillo, el acostumbrado, ese espacio seguro del juego.
  • Elizabeth Alvarez Joséцитирует4 месяца назад
    Necesitan de una guía propia, ese amigo o amiga, a veces, ese profesor o profesora, o alguien mayor, un tío o tía, maestros no les faltan para el arte de construir ni para el de destruir. Pero no saben, no están seguros. Contradicción y desconcierto. Ir en contra, arrepentirse, estar a favor. Ser revolucionarios, al día siguiente, conservadores. Llorar, desesperar. Mandar todo al carajo, sentir ese tipo de altura, el empoderamiento a partir de la lengua, la autosuficiencia de decir “quiero” y, acto seguido, no. Desorientación momentánea, ¿qué tal si me animo? ¿Podré volver? ¿Se vuelve? Siempre, pero ellas/ellos no lo saben, no lo han experimentado, volver requiere años, cierta perspectiva y ellas/ellos están sumergidos en esa caminata difícil, los zapatos se hunden y, en ocasiones, quedan atrapados.
  • Elizabeth Alvarez Joséцитирует4 месяца назад
    oscilación entre la madurez que ensayan y el mundo infantil que dejan atrás, no pertenecen ni a uno ni al otro, apenas pueden decir el qué, están en ese medio incómodo, en el vacío de ser o no ser, como Hamlet. El dilema, a veces, los consume. ¿Adentro o afuera? Y si es afuera, ¿cómo eliminar el miedo? ¿Con qué herramientas enfrentar las dudas? Adentro, la oscilación tiene que ver con el discurso del padre y la madre; con el que ellas/ellos elaboran, con ese péndulo que se mueve entre destruir ciertas palabras y construir nuevas. Entre pulsión de vida y pulsión de muerte, para usar las imágenes de Freud, el exceso de fuego por quemarlo todo, por consumir la vida aquí y ahora y, al mismo tiempo, permanecer. No saben bien, culpa, rabia y esa ansiedad por salir del encierro. “Déjenme en paz”, braman e, inmediatamente, recogerse, hacerse bollo en las faldas de la madre, en los ojos del padre, porque la tentación de seguir el mandato es fuerte, piedra a piedra continuar la tarea asignada
  • Elizabeth Alvarez Joséцитирует4 месяца назад
    “Los días los pasaba en una escuela. La educación que recibía nunca fue tan satisfactoria como me habían dicho; solo conseguía llenarme de preguntas que quedaban sin respuesta, solo conseguía llenarme de ira. No podía gustarme aquello a lo que me conducía: una humillación tan permanente que acabas sintiéndote con ella como en tu propia piel. Y tu nombre, el que fuese, al final no constituía el pórtico de entrada a la persona que realmente eras”.

    Jamaica Kincaid en Autobiografía de mi madre.
  • Elizabeth Alvarez Joséцитирует4 месяца назад
    Se crece entre fragmentos, a gatas, como buenamente se puede, a veces, rápidamente; otras, con una lentitud exasperante, y en todo ese ciclo el cuerpo del adolescente se mueve, muta. Si desconocemos ese tránsito natural, si perpetuamos esa desconfianza al cuerpo, propia del legado cultural judeocristiano, no existe posibilidad de un desarrollo sano, experimentado como una etapa necesaria, aunque sea incómoda. Entonces, acompañar a adolescentes y jóvenes en este crecimiento también es parte de un proyecto educativo, pues para formar un cuerpo social sano, necesitamos de cuerpos individuales sanos. Lo contrario sería desatender la sabiduría que nos dona el cuerpo físico, que viene dada de la experiencia misma, de la intuición y los sentidos. Fomentar una educación que incorpore esta materia, así como la autosuficiencia, el crecimiento personal y las dudas sin necesidad de un aullido que irrumpa con furia. Construir un cuerpo social multicolor supone dotar a niñas, niños, adolescentes, jóvenes, adultos y ancianos de espacios y voz. Velar por esas expresiones y ser cuidadosos con las voces que componen el tejido social; en otras palabras, tener en cuenta que se trata de una sinfonía y no de un solo.
  • Elizabeth Alvarez Joséцитирует4 месяца назад
    Hablemos de cuerpos.

    Cuerpo físico, cuerpo social, cuerpo literario.

    Todos los cuerpos.

    Pero, vamos por parte: ¿a qué cuerpo nos referimos cuando decimos cuerpo social? Pensemos, ¿quiénes gritan en nuestra sociedad? Los niños casi siempre con soltura; adolescentes y jóvenes con menos frecuencia, pero mayor intensidad; adultos, de cuando en cuando oímos gruñidos que descomponen el aire y producen una grieta, una garganta por donde se cuelan frustraciones atávicas, palabras y enigmas, sueños de historias inconclusas, como si en sus espaldas acarrearan cuentas antiquísimas, algunas antes de antes, incluso, da para pensar que no les pertenecen, pero hacen como que sí y dejan escapar sus aullidos convertidos en disturbios, claman reconocimiento y, de pasada, exponen ese vago descontento. Los ancianos no se escuchan, fueron silenciados una vez instalada la “modernidad”, post guerras mundiales; de todos modos, vale la pena preguntarse de qué modernidad hablábamos si enmudecimos a quienes nos anteceden, ¿cuándo instalamos la idea de que lo nuevo es mejor que lo pasado?
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