Cuando la impotencia erigendi se manifiesta en la juventud lo primero que hay que excluir es cualquier tipo de dependencia de sustancias, de alcohol y de los fármacos que suelen tomarse para curar el trastorno y que, después de un primer período eficaz, a menudo debido al efecto placebo, pueden acabar alimentando el problema.
Una vez excluido esto, será posible atender la demanda de la persona verificando —en primer lugar con una serie de preguntas elaboradas ad hoc— cómo acontece el conflicto.
Dado que la atracción es uno de los ingredientes fundamentales para que la sexualidad sea satisfactoria, el problema de la falta de erección quizá sea el más ambivalente de soportar respecto de los trastornos que hemos visto con anterioridad: la mente experimenta ciertos deseos, pero el cuerpo no responde. De esta forma, la excitación mental no se corresponde con unas reacciones físicas de excitación; aunque la correspondencia existe, se mantiene en fases alternas sin que haya un motivo razonable para la caída.
En la práctica, la persona trata voluntariamente de alcanzar o de mantener un estado que, para que persista, requiere que la mente se deje llevar por unas sensaciones que, a su vez, si todo funciona bien, se verán amplificadas por los significados que la mente les conferirá. Tanto la ausencia como la pérdida de la erección son, por tanto, fruto de un intento de control mental que debería activar el cuerpo, pero que, en realidad, inhibe la excitación, que incita al relajamiento físico.