Me giré entre los brazos de Daemon, presioné la cara contra su pecho e inhalé su aroma intenso y silvestre. El olor de la muerte y la destrucción no se había aferrado a él, y lo agradecía. Si cerraba los ojos y contenía el aliento hasta perder algunas neuronas, casi podía imaginar que tan solo estábamos dando un paseo en coche por el desierto.
No se había molestado con el cinturón de seguridad. En algún momento, me había apartado de la ventana trasera para ponerme entre sus muslos. No me importaba. Más que ninguna otra cosa, su abrazo me anclaba a la tierra después de todo lo que había pasado, y creo que él también lo necesitaba. Deseé poder estar dentro de su cabeza, saber lo que estaba pensando en ese momento.