Para un discípulo, encontrar a su Maestro es encontrar a una madre que acepta llevarlo nueve meses en su seno para hacerle nacer al mundo espiritual. Y una vez que ha nacido, es decir, que se ha despertado, sus ojos descubren la belleza de la creación, sus oídos oyen la palabra divina, su boca saborea alimentos celestiales, sus pies le llevan a los diferentes lugares del espacio para hacer el bien, y sus manos aprenden a crear en el mundo sutil del alma.