El problema de Antígona no es la pureza suicida de su pulsión de muerte sino, al contrario, el hecho de que la monstruosidad de su acto quede oculta por la belleza estética del personaje: en cuanto queda excluida de la comunidad de los seres humanos y lamenta la situación en la que se encuentra, Antígona se convierte en una sublime aparición que despierta nuestra compasión. Ese es uno de los aspectos más importantes del análisis que lleva a Lacan desde Antígona hasta otra heroína trágica, Sygne de Coûfontaine, la protagonista de El rehén, de Paul Claudel: al final de la obra, Sygne carece de toda belleza sublime; todo lo que la diferencia de los simples mortales es un tic que desfigura su cara momentáneamente.