La muerte viene estilando

porque qué culpa tiene ella, al fin y al cabo, qué culpa tienen las mujeres del silencio de los hombres,

Sentía la imperiosa necesidad de estar en otro lugar, de tener otro pasado y otro futuro, de ser otro, alguien más, algo más.

Tal vez lo único que pasa es que en ese pueblo están todos locos y ella recién ahora se está dando cuenta.

Uno ha creído a veces, en medio de este camino sin orillas, que nada habría después.
Juan Rulfo

Porque del otro mundo, del mundo sin inicio y sin final de la tradiciones, no era necesario despedirse: bastaba con hacer un homenaje, con las tres copas bien levantadas y un abrazo imaginario a lo inamovible

y cuando venga la muerte la podré mirar y preguntarle cuántos hijos tuvo ella, cuántas cucharadas de azúcar le puso a sus tecitos, cuántas veces vio una gaviota lanzarse en picada al mar y salir de vuelta hacia el cielo con un pescado. Y la muerte no me va a poder decir nada, porque la muerte es eso: la muerte. La muerte es la envidiosa de los que tuvimos una vida.

Y a los amigos uno los tiene cerca porque le hacen bien, y las orejas siempre están abiertas para escucharlos, pero también lo están los ojos para verlos callar. Uno acompaña, solamente. Uno acompaña.

Vivir en el sur era eso: acostumbrarse.

Sin embargo, mis recuerdos no son demasiados: son solamente algunas gotas gruesas que han caído sobre el mismo charco.

En la espera aparecen los recuerdos y mi espera es tan sincera y silenciosa que se me aparecen por montones. Por olvidar esta angustia intento hacerlo en orden, como si la vida tuviera realmente un orden.