Supo también que su cuerpo no había sentido el viento helado ni el calor del fuego, y que la arena de esa playa llevaba cientos de años así, inamovible, y que así seguiría cientos de años después de su muerte, que el mar sería siempre igual aunque él no lo pudiera ver, y que los destinos de los hombres no interesaban a las estrellas ni al viento ni al frío y tampoco al mar. Como los moribundos, lo entendió todo de golpe. Entendió, sobre todo, que había amado a la Negra con toda su alma y su silencio. Sintió que las palabras subían a su boca y descubrió que nunca las había dejado salir.