La división del trabajo, con su corolario, la cooperación humana, constituye el fenómeno social por excelencia. La experiencia enseña al hombre que la acción mancomunada tiene una eficacia y es de una productividad mayor que la actuación individual aislada. Así, las realidades naturales que estructuran la vida y el esfuerzo humano dan lugar a que la división del trabajo incremente la productividad por unidad de esfuerzo invertido. De hecho, Adam Smith, en el mismo primer renglón de “La riqueza de las naciones”, señalaba: “El mayor progreso en la fuerza productiva del trabajo y la mayor medida de la habilidad, destreza y buen juicio con que se le aplica o dirige en cualquier parte, parece haber provenido de los efectos de la división del trabajo”.