El trasfondo de la cultura griega —la religión—, de donde derivaban la actitud ante la vida y la conducta de los ciudadanos, es el tema de esta obra. Contrariamente a lo que caracteriza a una religión establecida, obediente a normas escritas y a determinaciones impuestas por quienes se encuentran a cargo, Grecia dio siempre mayor importancia a las tradiciones orales que, época tras época, se reanimaban y enriquecían con leyendas cuyas distintas versiones eran a menudo contradictorias. De hecho, no existe literatura especializada que precise los dogmas, sino que la costumbre, por encima de la letra escrita, llevó a su plenitud cabal el vigor de la religión. Alfonso Reyes hace aquí un recuento del camino que siguió la religión a través de la historia desde los iniciales ritos agrarios y los sacramentos públicos hasta los rituales que le dieron valor como creencia compartida. En un principio, el misticismo egeo se relaciona con los brotes espirituales venido de otras religiones y luego da paso a tendencias fundadas en la idea del Olimpo que otorgaba configuración humana a dioses mayores y menores. De este entrecruzamiento surge la nueva religión. «De la magia directa —dice Reyes—, que esclaviza el fenómeno natural en manos del jefe metafísico, se asciende a la postura menos activa y ya más bien consultiva de la adivinación. Se llega después a la imploración y a la plegaria. Se alcanza por último la cima desinteresada de la pura contemplación.»