El agua estaba oscura, casi negra. Cerca de la orilla, noté los largos tallos de las plantas subacuáticas, que aquí crecían hasta la superficie y me rozaban las piernas. Yo hundía la cabeza en el agua tras cada brazada y mantenía los ojos abiertos. Entonces, a través del agua turbia, como una clara premonición, vi el cuerpo de Franziska delante de mí.
Ella se sumerge y yo la sigo a esas tinieblas. De pronto el agua se aclara, y en los vestigios de luz veo su figura esbelta, las brazadas serenas y fuertes con las que gana profundidad. En un momento se gira, como si me esperara. Sonríe y me hace gestos con la mano para que me acerque. El cabello ondea en torno a su cabeza, son como los tallos de las plantas subacuáticas. Ya estoy casi a su lado. Franziska agarra mi mano, me atrae hacia ella y nos besamos. Unas burbujas de aire salen de nuestras bocas abiertas, de nuestros bañadores, me parece estar oyendo el eco de una risa. Intento agarrar a Franziska, pero su cuerpo se me resbala. Ella vuelve a tomar mi mano y sigue arrastrándome a la oscuridad, al frío, a las profundidades que se abren a nuestros pies. Sin aliento, abro los ojos. Por la otra orilla está pasando un hombre con un perro.