labios, por una fuerza mágica; os transporta, os parece perder tierra. Si pretendéis pasar una vez siquiera vuestra mano acariciadora, fanatizada, por aquel cuerpo níveo, palpar sus cabellos de oro, besar sus ojos chispeantes, os embriaga un vapor y os hechiza una música encantadora. Todos vuestros nervios se estremecen, os sentís invadidos por el deseo, por el sufrimiento. ¡Oh dicha sin nombre! Habéis tocado los labios de aquella mujer; pero, de pronto, os despierta un dolor agudo. ¡Ja! ¡ja! Os habéis golpeado la cabeza en un ángulo de vuestra cama, os habéis abrazado a la obscura caoba, a los fríos dorados, a cualquier adorno, a un amor de bronce.