El cielo de la selva

se viene a morir, a la vida me refiero, y a la selva también

La naturaleza de la muerte es una para todos, es un idioma común de las especies.

Es hipocresía incluso que le hayan puesto un nombre. Diga lo que diga la abuela, haberla nombrado fue un acto de crueldad. Cuando nombras a una criatura, sea humana o gallina, puerca o yegua, le confieres una identidad, una dignidad, un espacio en el mundo: junto al nombre se regala un tiempo y un derecho a elegir sobre el propio cuerpo. Nadie mataría a una yegua llamada Ifigenia.

que es sentirse sumergido en sus aguas cuando no hay un punto de referencia humano, solo las tinieblas y los chirridos, que tal parece que no acabarán, que entre una orilla y otra del mundo no hay nada más que selva

Avanzaste a oscuras por los pasillos, sin rostro ni cuerpo, sin saber qué pasaba a tu alrededor, si la realidad era un sueño, si el sueño era una selva infinita, si en la selva infinita de los sueños estaban las muertas esperando tu regreso a la mañana siguiente.

No había nada conocido en su rostro, como si el niño hubiera sido copiado de otro molde.

De qué niño estaba hablando. Pero no tardaste demasiado en recordar que ahora eras madre. Es decir, todo lo madre que se podía ser luego de dar a luz a algo que no reconocías como tuyo. Seguiste a la vieja, aunque hubieras preferido estar sola

El aire caliente de la selva te acunó entre sus brazos y te silbó en el pelo

duda. Pero todos en el mundo estaban locos a su manera, bien que lo sabías

’ que sepas: a mí no me importa el cómo, ni el pa’ qué la selva trae gente como tú. No me importa ni me lo pregunto. Aquí cada cual cumple con lo que le toca y todo el mundo lo hace calladito. Pero ni tú ni la selva, ni dios ni nadie me va a joder, ¿me oíste