La vida por delante

Una bolsa cerrada al vacío, guardada dentro de una urna de cerámica. Algo sobrio por fuera, de color blanco, con un nombre grabado en la tapa y adentro mi mamá.

Se siente sucia, desaliñada, aunque se bañó y se puso ropa limpia antes de salir de su casa. Es un sentimiento que nació con ella.

Atravesó nubes enormes y oscuras, densas pelotas de lana gris que se fueron disipando a medida que el avión avanzaba.

Esa forma obscena que tiene la piel de separarse de los músculos como si quisiera divorciarse –me dijo.

Había sido un deterioro imperceptible, una muerte chiquita que había empezado en su corazón y terminó alertando a todo el cuerpo.

El cuerpo, sus penas era el libro que tenía en su mesa de luz. «Si el amor mueve montañas, el dolor las convierte en tumores», me leyó una vez. Después le dieron rayos y, al final, se recuperó

–Ella es así, no se mira más.

–No me miro más porque esa no soy yo

Un show de magia necesita la entrega de sus fieles.

Quizás él había estado tratando de decir algo en otro idioma y ella no había entendido, ni siquiera supo que tenía que prestar atención y habían seguido adelante, como suele pasar en el amor, porque es una canción pegadiza que cuando la traducís y entendés lo que dice ¡zaz!, resulta un horror, un sinsentido.

Ella siempre impartió la sabiduría que no practicó.