basta con escuchar a alguien dos minutos para hacerse una idea bastante precisa de su nivel cultural y de su lugar en la sociedad, y yo imaginaba de buen grado que era, pongamos, abogada y no una vendedora de verduras; mis amores, lamento decirlo, nunca me han llevado muy lejos de mi propia clase social. Pero nunca intenté, por ejemplo, abrir la Moleskine que entreveía en su bolso mientras ella se duchaba.