La criminalística burguesa, después de todo, había descubierto «algunas cosillas», como el detector de mentiras, la psicología judicial, la dactiloscopia. Me gustaba el título Huellas dactilares (1897), de un tal Francis Galton, criminalista burgués.
Aunque en el origen de la criminalística revolucionaria estaba Lenin, por supuesto. Se notaba que llevaba lo criminal en la sangre. Al mismo tiempo había sentado las bases de todas las demás ciencias, y todos los libros de texto lo corroboraban in-con-di-cio-nal-men-te (su palabra favorita). «El lenguaje es el instrumento más importante de la comunicación humana», podía leerse sobre la pizarra de clase. Ese genio de lo banal.