San Antonio y Portbou extrañamente se parecían, uno cercano al río y el otro sobre el mar; en ambos estaban los trenes, la arquitectura que resistió al paso del tiempo, la inmensa soledad y aquel silencio. Los dos pueblos eran como dos no lugares, el no lugar de mi nacimiento y el no lugar del suicidio del filósofo. Si hubiese querido programar esas travesías seguramente no se concretaban; hubo una fuerza extraña, de otra dimensión que me llevó a ellos, a esos recorridos, a ese transitar desde el comienzo hasta el final, el comienzo de mi vida y el final de Walter Benjamin.