Didi seguía secuestrado, pero yo había decidido no volver a pensar en eso hasta que se hubieran marchado todos. Había llegado el momento: cuando Sandro volviera, nos habríamos librado por fin de ellos. Talia volvería a Londres, el viejo escritor se iba al Danubio a bañarse como Hércules, y Roberto y la madre de Sandro volverían a Milán.