está conectada con la naturaleza del vínculo más significativo que se tiene con quien está muriendo frente a nosotros. Y no hay forma de articular el amor y explicarlo en ese último momento. Porque sólo es un momento, una brecha temporal demasiado reducida, en la que puedes ofrecer algo a quien emprenderá el gran viaje. Algo que quieres que se lleven. Una palabra. Un alarido. Un beso. Una caricia. Y si al final no consigues sino quedarte callado, sobrecogido o paralizado podrás, más adelante, lanzar un puño de tierra mientras baja el ataúd y se oculta en el suelo de un cementerio