El día que aprendí a aceptar
que no somos prisioneros de un «te quiero»
y que un «hasta siempre» se puede,.
convertir en un «nunca»,
ese día mi compasión fue la que se suicidó,
se ahorcó mi pena.
Pues, al fin y al cabo...,
el corazón no tiene pasado,
solo presente,
y su futuro siempre miente.