La víspera, Jean-Luc y yo dormimos en un hotel del extrarradio parisino. Nos amamos como si no hubiéramos de vernos nunca más. Él estaba desesperado, veía un futuro dramático ante nosotros. «Casémonos cuanto antes», repetía. Sus palabras me aterrorizaron. Estaba dispuesta a amarlo siempre que fuera a nuestro modo, no dentro del matrimonio, no «para siempre».