El lenguaje es un importante campo de batalla en la lucha por la igualdad social. Como dijo el lingüista Daniel Chandler de forma sucinta: «El lenguaje constituye nuestro mundo, no se limita a registrarlo o etiquetarlo».
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Es fluido y maleable, e impulsa las actitudes sociales, además de expresarlas. Para ver la evolución del lenguaje podemos observar la terminología cotidiana que se empleaba en el pasado para describir a las personas «de color»: en inglés, era perfectamente aceptable referirse a una persona de raza mixta con la expresión half caste [media casta], y «de color» era un término aceptado para referirse a una persona negra. Estas palabras no se consideraban ofensivas, sino meramente descriptivas, y aún pueden oírse ocasionalmente, aunque afortunadamente con menos frecuencia. Pero si analizamos las estructuras de poder implícitas en estas frases, empezaremos a comprender de qué modo las palabras refuerzan y crean nuestra realidad. Una persona «de media casta» es, por definición, «la mitad de algo»: está medio formada, medio hecha; es media persona, en lugar de una persona completa por derecho propio. Una persona «de color» ha sido metafóricamente coloreada, lo que sugiere un estado original no coloreado —o blanco—; refuerza la diferencia y sugiere tácitamente una jerarquía racial. Puede que no reconozcamos inmediatamente las implicaciones de estas expresiones, pero describir a alguien como «medio formado» simplemente refuerza las actitudes raciales. Como argumentó Chandler, crea realidad, no solo la registra. El lenguaje que refleja la realidad de uno o varios individuos es un proceso en constante evolución, y a pesar de que la corrección política es a menudo objeto de escarnio, no conseguiremos la igualdad social si el lenguaje que utilizamos para describir a los grupos marginados solo refuerza el estigma.