Pero su cuerpo —como bien sabía él— no le pertenecía. Había sido diseñado por seres humanos y solo un ser humano podría conseguir que muriera.
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El nombre de Spofforth se lo asignó uno de los pocos hombres que aún sabían leer. Fue escogido al azar, de una vieja guía de teléfonos de Cleveland: Robert Spofforth. Era un robot Máquina Nueve, la herramienta más sofisticada jamás concebida por la ingenuidad humana
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Al igual que al monstruo de Frankenstein, se le dotó de vida y de movimiento mediante una descarga eléctrica; emergió del tanque completamente desarrollado y con la capacidad de hablar
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El resultado fue perfecto: alto, fuerte, atlético. Era un hombre negro en la flor de la vida, con hermosos músculos, unos pulmones y un corazón potentes, pelo negro rizado, ojos claros, una hermosa boca de gruesos labios, y manos grandes y poderosas
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Era el último de una serie de cien robots designados como Máquina Nueve, las criaturas más fuertes y más inteligentes jamás fabricadas por el ser humano.
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El cerebro de Spofforth era metálico y su cuerpo se había desarrollado a partir de tejido vivo en una época, mucho tiempo atrás, en la que la ingeniería se hallaba en declive, pero la fabricación de robots era todavía un arte elevado
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Al ver la señal que lo identificaba como un robot Máquina Nueve, la mujer desvió su mirada y masculló:
—Lo siento. Lo siento, señor.
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Spofforth retrocedió un paso, apartándose de la muerte que buscaba y que había anhelado durante toda su larga vida, la ira que lo había poseído mermó con el ascenso del sol.
Gustavo Chavez Perezцитирует11 часов назад
Pero su cuerpo —como bien sabía él— no le pertenecía. Había sido diseñado por seres humanos y solo un ser humano podría conseguir que muriera.