Solo tres personas me acompañaban en ese momento. Las únicas que al final importan. Las que vienen a ti solas antes de poner el punto que terminará con todo. Y me arrepentí de no haber llevado mi brújula a la luna, de no haberle construido la valla luminosa a él y de no haber llegado a contar cuántas pecas le salían a ella alrededor de la nariz cuando le daba el sol.