Margarida le decía, «No huyas, no te vayas». Pero él se reía. Como si hiciera una broma para sus adentros y solo él se la riera. «Las mujeres os aferráis a los sitios», respondía, «os atáis como perras. Al pasado, a las casas, a los hijos, a las cosas.» Y se iba feliz dándole la espalda. Contento de irse. Se alejaba de casa con Bou, y después, cada vez con más hombres. Y Margarida se quedaba sola con todas las cargas. Con los hijos por criar y los campos por sembrar.