Provista de la melancólica guitarra Gibson roja que brilla en el cuento “El novio”, Lalo Barrubia puntea sus historias mínimas con la tristeza calmada de quien sabe que con cada nota nos irá acercando a aquellos seres que han desaparecido, que se quemaron. Aguafuertes viscerales en los que la violencia, el abandono y la decadencia encuentran siempre su expresión, ya sea por la soledad de unos niños en la costa, por la impasibilidad de los parroquianos del mundo rural de “Ratas de campo”, en la enfermedad que frustra el plan de quedarse en Valizas mucho más de lo acostumbrado o en la inesperada vacilación de un traficante en Malmö. Pero no todo está infectado: en “El angelito” hay una muchacha de pelo rojo que se mantiene inmaculada, aun entre las ratas.
Una docena de tonadas sencillas que modulan la emoción y la angustia con que los personajes se enfrentan a un mundo que invariablemente termina por desmoronar sus escasas certezas. La de Ratas es una atmósfera perturbadora pero a la vez bella y magnética en su oscura cercanía.