Un libro con una historia sencillamente hermosa.
Desde las primeras páginas de esta breve pero profunda y poderosa historia, ya sospechaba que iba a pasarlo con el nudo en la garganta a nada de deshacerse y derramarse en llanto y justo así fue.
Es que el tema de la vejez es uno de los que más profundamente me conmueve (quizá por el hecho de haber sido criada por mis abuelos maternos) y este libro justo toca los asuntos que me parecen más sensibles del tema: ser viejo es irse acercando al final, es irse deteriorando física y mentalmente, es enfrentarse a la realidad de estarse conviertiendo en algo distinto de lo que toda una vida nos esforzamos en hacer de nosotros mismos, es la renuncia, la aceptación, la resignación... Es que es tan duro ver a quienes has visto como tu fuerza irse apagando y luego despedirte de ellos sabiendo que contribuyeron a construir tu vida y ahora ya no están en ella...
Este libro habla de una manera hermosa de la vida y la muerte, la amistad, el amor, el recuerdo y el olvido, la fuerza y la debilidad... Todo ello no como opuestos sino como parte constitutiva de un todo que es la vida donde nada de eso se encuentra por separado sino mezclado de maneras infinitas en la existencia de cada persona.
Es un libro también sobre la gratitud, lo necesario que es decir a las personas lo importantes que han sido en nuestras vidas. Y además sobre esa manera peculiar en que asimilamos a quienes hemos amado en nuestro ser: sus gestos, sus palabras y frases peculiares.
Simplemente hermoso.
Un retrato sobre la vejez y sobre cómo las palabras parecen abandonarnos al final de la vida. Además, una linda reflexión sobre el agradecimiento como un proceso y cómo una deuda que puede acompañarnos siempre.
El juego de palabras de la protagonista es muy divertido.