Pensemos que si apostamos por los demás la recompensa será también para nosotros mismos, pues no hay mayor sentimiento de satisfacción que el que alguien experimenta cuando hace el bien de forma totalmente gratuita y desinteresada. Cuando rompemos la cadena del egoísmo, entramos de lleno en el camino de nuestra felicidad personal, pues nuestras acciones empiezan a tener sentido por sí solas, nos sentimos plenos, seguros, orgullosos, sabedores de que en este gesto compasivo hemos empezado a liberar la inmensa fuerza vital y creadora que todos llevamos dentro. Al fin y al cabo, qué otra cosa es el amor sino liberación personal a través de una entrega total y gratuita a los demás que, aun cuando no se vea correspondida, es siempre enriquecedora para quien la ejerce.