La memoria de la lluvia

Sonreí pensando en lo traicionero que puede llegar a ser el subconsciente

Me observaba sin dejar de sonreír, como si toda la brutalidad de este mundo salvaje no fuese con ella

Sé que aquí hay algo, lo intuyo. Pero no consigo verlo… —admito—. ¿Qué quieres que haga

Pero a menudo, la pasión destructiva que despierta la literatura no tiene límites

Y qué leches quieres que haga? Aquí no veo nada…
Por un instante, el inspector se queda en silencio, observándome fijamente. Lentamente se acerca a mí, me agarra por las solapas de mi chaqueta de pana, y sin demasiado esfuerzo por su parte pega mi cuerpo al suyo.
—Oye, Aquiles, escúchame, y escúchame bien. No hace ni dos semanas que tú y tu borrachera os estabais quejando de vuestra pésima suerte, de lo mucho que tú vales, y de lo muchísimo que todavía podrías demostrar si alguien te diera la oportunidad. Bien, lo que te estoy dando ahora esa puta oportunidad, chaval. —Casaperda me aprieta todavía

Intento una conferencia directa con mi subconsciente, pero no hay manera. No da línea. Comunica. Sobrecarga en la red, por favor inténtelo de nuevo más tarde. No va. Qué, qué, ¡qué! Qué es

La madre que lo parió…

—masculla entre dientes

Un clavo de hierro de una cuarta de largo

—¿Y cómo leches quieres que lo sepa?