También el ser humano está empapado de la energía cósmica y, como los demás elementos de la creación, se encuentra inmerso en el flujo energético vital. Aun así, hay que decir que no sólo el cuerpo humano recibe esta energía cósmica, sino que a su vez se convierte él mismo en fuente de energía radiante: su fluido vital se manifiesta como un halo luminoso fluorescente, de un color azul pálido o verde-azul, cuya intensidad depende de los estados de ánimo y de las sensaciones que en ese momento concreto atraviesan su espíritu.