—Si lo que querías era avergonzarme, lo has hecho muy bien… ¿Qué estás haciendo? —El vestido se le había aflojado a la altura de los hombros y cayó en la cuenta, desconcertada y sorprendida, de que Simon le había desabrochado varios botones—. Simon —siseó—, ¡no te atrevas! ¡No, para ya! —Trató de alejarse de él, pero la alcanzó sin problemas.
—Te queda un minuto.
—No seas tonto —le dijo sin más—. De ningún modo podremos llegar a la habitación en menos de un minuto y tú no… —Dejó la frase a la mitad, soltó un pequeño chillido al notar que Simon le desabrochaba otro botón y se giró para apartar las traviesas manos de su marido. No obstante, en cuanto lo miró a los ojos se dio cuenta, por difícil de creer que fuera, de que estaba más que dispuesto a cumplir su amenaza—. Simon, ni se te ocurra.
—Sí. —Sus ojos reflejaban cierta diversión felina y en su rostro se adivinaba una expresión que Annabelle había llegado a conocer muy bien.
La mujer se recogió las faldas y se dio la vuelta para comenzar a correr escaleras arriba, jadeando entre ataques de carcajadas provocados por el pánico.
—¡Eres imposible! No te acerques a mí… Eres… ¡Señor, si alguien nos ve de esta manera, nunca te lo perdonaré!