El elogio de la sombra

¿Ha visto usted alguna vez, lector, «el color de las tinieblas a la luz de una llama»?

de siempre, la superficie de las lacas ha sido negra, marrón o roja, colores estos que constituían una estratificación de no sé cuántas «capas de oscuridad», que hacían pensar en alguna materialización de las tinieblas que nos rodeaban

la oscuridad es la condición indispensable para apreciar la belleza de una laca.

en la India, incluso hoy en día, siguen rechazando las vajillas de cerámica y prefieren las lacas

pedí un candelabro; entonces fue cuando me di cuenta por primera vez de que esa luz incierta era la que de verdad realzaba la belleza de las lacas japonesas.

nos gustan los colores y el lustre de un objeto manchado de grasa, de hollín o por efecto de la intemperie, o que parece estarlo, y que vivir en un edificio o entre utensilios que posean esa cualidad, curiosamente nos apacigua el corazón y nos tranquiliza los nervios.

Al contrario que a los occidentales que se esfuerzan por eliminar radicalmente todo lo que sea suciedad, los extremo-orientales la conservan valiosamente y tal cual, para convertirla en un ingrediente de lo bello.

siempre hemos preferido los reflejos profundos, algo velados, al brillo superficial y gélido; es decir, tanto en las piedras naturales como en las materias artificiales, ese brillo ligeramente alterado que evoca irresistiblemente los efectos del tiempo

Esto explica que al aforismo que reza: «El refinamiento es frío» se le haya podido añadir «... y algo sucio».

En lo que a mí respecta, me gustaría resucitar, al menos en el ámbito de la literatura, ese universo de sombra que estamos disipando... Me gustaría ampliar el alero de ese edificio llamado «literatura», oscurecer sus paredes, hundir en la sombra lo que resulta demasiado visible y despojar su interior de cualquier adorno superfluo.