En realidad, lo que consumimos en el mundo no es en modo alguno una cultura específicamente estadounidense, sino nuestra propia cultura-mundo, que no es más estadounidense que europea. Lo que venden los americanos es menos americano que mundial, es decir, susceptible de verse y apreciarse en cualquier parte del mundo. Y el público mundial no consume básicamente imaginario americano: consume espectáculo, acción, sexo, violencia, belleza, emoción