Entre calles, plazas y moteles, entre iglesias y casas ajenas, en fin, entre Pasto y Bogotá, el lector de Sótanos, la primera novela de Andrés Torres Guerrero, sigue incansablemente a Asdrúbal Sañudo, estudiante y también profesor de filosofía y literatura (de acuerdo con el tiempo narrativo en que se le mire) en sus recorridos y divagaciones en las dos ciudades entre las que divide su vida. En su andar incesante, el protagonista se sumerge en toda clase de búsquedas en medio de libros, discos y mujeres para aliviar esa penosa sensación de aislamiento y ausencia de rumbo que puebla su existencia. Cargado de un humor y una ironía afilados, el relato se lee y relee con frescura, dejando atrás lo que podría parecer una pesada carga de erudición académica: el lector se acerca al texto sin necesidad de sentirse abrumado por la aparente sabiduría de Asdrúbal, que es, en realidad, una divertida y ridícula mezcla entre lo exageradamente libresco y lo popular. En ese sentido, la parodia –un elemento clave del relato– nos entrega una narración ágil, dinámica y con un ritmo sorprendente: el narrador y el protagonista, cada uno a su modo, van cuestionando y demoliendo todo a su paso. Asistimos aquí a un continuo y agudísimo “poner-en-duda” todo lo que rodea a nuestro personaje (y de paso, a nosotros los espectadores): la distancia entre la ciudad chica y la gran urbe, el academicismo, los alcances de la escritura, los “pliegues” de la realidad y, sobre todo, la delgada línea que separa y acerca al amor, el deseo y el sexo.