Las crónicas de Mário de Andrade (1893–1945), dan cuenta tanto de un paisaje exterior como de una mirada íntima.
No se trata del registro que podría realizar una cámara objetiva dispuesta a explorar la realidad del mundo visible, sino de una experiencia privada que se proyecta sobre todas las cosas como una luz indirecta y reveladora.
Así, el cronista se sube a un ómnibus en Sâo Paulo o a una barcaza que lo llevará a remontar el Amazonas, y su viaje siempre es doble, a la vez hacia afuera y hacia lo profundo, y no es posible diferenciar uno del otro.
De Andrade es un finísimo observador capaz de perderse en ensoñaciones ensimismadas, ideas febriles, alucinadas, que repentinamente adquieren una brillante lucidez. El obsequio que cada uno de los textos seleccionados y reunidos aquí nos ofrece es participar de la forma en que una sensibilidad poderosa, delirante y lúdica permite que las fuerzas de la vida la atraviesen, eufórica y melancólicamente a un tiempo, sin contradicción alguna.