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Kyra Galván

Perfume de la faraona

Françoise vive con su padre, Paul Montpellier, el mejor perfumero de París. Un hallazgo arqueológico obliga a su papá a viajar a Berlín para determinar los ingredientes del perfume que usaba la faraona Hatshepsut, en el Antiguo Egipto. A partir de ese momento, Françoise se sumergirá en la historia de la faraona y vivirá con su familia una experiencia llena de aventuras, misterio e intriga, donde las hermanas Carrié presionan a Paul para recrear el perfume, y utilizan ciertas dotes adivinatorias de Françoise para escudriñar en el pasado.
160 бумажных страниц
Дата публикации оригинала
2013
Издательство
Ediciones El Naranjo
Художник
Tania Recio
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Впечатления

  • Las hojas de la nocheделится впечатлением3 года назад
    👍Worth reading
    💡Learnt A Lot
    🚀Unputdownable
    😄LOLZ

Цитаты

  • b9579672833цитирует4 года назад
    frasco, con filigranas y una inscripción
  • b4628038849цитирует4 года назад
    Universidad.
    “Suponemos que la fragancia está compuesta en parte por incienso”, explicó Höveler-Muller. “Nuestra investigación —añadió— no solo tratará de analizar dichos restos, sino que, en la medida de nuestras posibilidades, intentará recrearlo”.

    —Mira, Françoise —comentó el señor Montpellier—, es posible que me llamen para que los ayude con este trabajo. Y, en ese caso, tendría que irme a Alemania por algún tiempo, probablemente algunas semanas, o quizá meses.
    Es importante aclarar que el papá de Françoise no era un soberbio incurable que pensara que sus servicios serían requeridos cada vez que se tratara de un perfume; pero lo cierto es que él era el más famoso perfumero de París, o “la mejor nariz”, como se les llama a estos profesionales en el medio de la elaboración de fragancias.
    Françoise, su única hija, compartía con su padre el mismo don o la misma maldición (como quisiera verse). Tenía un olfato fino y privilegiado, y su padre quería entrenarla en el oficio para que, dentro de algunos años, ella pudiera ocupar su puesto y convertirse en “la mejor nariz de París” y, si era posible, del mundo entero.
    —Ay, papi, te voy a extrañar —suspiró la niña, como si la posibilidad de que su padre viajara fuera un hecho consumado; pero, al mismo tiempo, picada por la curiosidad, añadió—: Quisiera poder acompañarte. Debe de ser toda una aventura poder “oler” un perfume tan antiguo.
    —Sí, pequeña, tú sí me entiendes. Será todo un suceso, pero dudo que te acepten en el equipo. Toda esa gente es muy seria, querida. Demasiado seria para mi gusto —y Paul se rio, haciéndole un guiño a Françoise.
    —¿Insinúas, papito, que yo no soy seria? —preguntó a su vez la niña, fingiendo un tono formal.
    —No, no, no, nada de eso, señorita Montpellier. Es solo que no tiene usted la estatura necesaria… ¿Sabe? —exclamó, parodiando a los burócratas de todo el mundo que ven conspiraciones en la falta de un sello deslavado—. Para ser una investigadora seria, necesita usted, al menos, medir un metro con sesenta

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