Palestina Existe

La ocupación es, sin duda, el fuego que alimenta el conflicto y que da alas y argumentos al terrorismo de los grupos radicales palestinos. La situación recuerda la de los últimos años del Mandato británico, cuando eran los grupos radicales de la extrema derecha judía los que realizaban acciones terroristas contra lo que denominaban la ocupación británica.

Con el pretexto del terrorismo, que es hijo de la frustación y del fanatismo de los grupos radicales confesionales palestinos, Sharon declaró la guerra al pueblo palestino y quisó llevar sus objetivos a las últimas consecuencias: la anulación política de Yasir Arafat, que no consiguió en 1982, y la sumisión del pueblo palestino condenado a renunciar a un verdadero Estado y a vivir perpetuamente en los bantustanes de un régimen de apartheid.

Esas mismas vías, controladas por el Ejército de Israel, permiten aislar totalmente entre sí las zonas de soberanía palestina y someterlas a un bloqueo como ha ocurrido en varias ocasiones. En palabras de Alain Gresh, esto en Sudáfrica se denominaba, no hace mucho, política de apartheid y, en este caso, las ciudades y las localidades palestinas de las zonas A y B serían los bantustanes.

Si de lo que allí está ocurriendo fuera responsable un Estado mal visto desde Washington (como Corea del Norte, Irak, Libia, etc.), hace tiempo que habrían resonado tambores de guerra, tanto en el Pentágono como en el Consejo de Seguridad de la ONU. Otras «tormentas del desierto» se habrían desencadenado contra un Estado que, con métodos y medios terroristas, comete a diario delitos que pueden considerarse crímenes contra la humanidad. Aniquila a un pueblo, ocupa sus territorios contraviniendo las resoluciones de la ONU y ejerce el terror contra los palestinos, destruyendo sus recursos, demoliendo sus viviendas y privándoles de su derecho a una vida normal. Pero se trata del estado sionista de Israel, creación artificial de las potencias occidentales tras la II Guerra Mundial, y todos los políticos norteamericanos saben el enorme peso que el voto projudío tiene en su país.

Es inaceptable una calificación que solo llama terrorismo a las acciones desesperadas de los palestinos y que se limita a juzgar como «violencia injustificada» el terrorismo de Estado israelí.

Es importante resaltar esto porque lo primero que se requiere para derrotar a un enemigo es conocerlo bien y no simplemente demonizarlo para odiarlo mejor.

Ocurre así porque los asentamientos constituyen el arma más decisiva en manos de Israel, ya que le permite fragmentar, con más eficacia que ningún artefacto nuclear, la contigüidad territorial de cualquier esbozo de futuro Estado palestino y hacerlo inviable en la práctica.

La muerte reina en Palestina. El «hombre de paz» que gobierna Israel ha vuelto contra los palestinos el furor destructivo que un día Hitler asestó contra su propio pueblo. Con otras fórmulas, a otra escala, por otros motivos, hoy, otra vez, la fuerza bruta se desencadena contra todo un pueblo. Y el mundo contempla, avergonzado y culpable, las nuevas fosas comunes.

Pero también es necesario recordar, como afirma Saramago, que «...a Israel le queda aún mucho que aprender si no es capaz de entender las razones que pueden llevar a un ser humano a transformarse en una bomba».

La debilidad militar palestina que esto revela hace que no pueda hablarse de guerra, sino de una operación de castigo, brutal y desproporcionada.