en aquella época pasaba por ser un ignorante. El único idioma que conocía era el holandés, una oscura lengua despreciada por el mundo cultivado por ser propia de pescadores, tenderos y destripaterrones. Las gentes instruidas de la época hablaban latín, pero Leeuwenhoek no era capaz ni de leerlo, y la única literatura que tenía a su alcance era la Biblia en holandés. De todos modos, enseguida verán que su ignorancia le fue de gran utilidad, pues, aislado de toda la palabrería de su época, tuvo que confiar en sus propios ojos, en su pensamiento y en su juicio. Y para él eso era fácil, porque nunca hubo persona más terca que este Anton van Leeuwenhoek.