Bullock explica (aportando cuantiosos datos) que Stalin era profundamente infeliz, como lo sería cualquier persona regida por el odio, la paranoia extrema, el sentimiento de inferioridad y el rencor (sé de lo que me hablo), y que de hecho, como aventuró la viuda del menchevique emigrado Fiódor Dan, «esa infelicidad suya quizá sea su mayor rasgo humano, a lo mejor el único rasgo humano que hay en él»