El filósofo alemán Hans Jonas opinaba que para los primeros seres humanos la vida era algo evidente y se daba por sentada, y la muerte era el misterio. Para ellos, todo estaba vivo –el viento, el agua, el bosque, la montaña–, y, en consecuencia, también el muerto tendría que estar vivo, solo que de otro modo, o en otra parte. Para nosotros es al revés, escribió Jonas, ahora la muerte es lo que se da por sentado y lo que se encuentra en todas partes a nuestro alrededor, mientras que la vida es el misterio. La muerte entonces entendida como lo inerte, la materia muerta, las piedras, la arena, el agua, el aire, los planetas, las estrellas, el vacío. Y de la misma manera que los primeros seres humanos consideraban a los muertos vivos de otra manera, nosotros consideramos a los vivos muertos de otra manera: el cuerpo no es más que un cuerpo, materia, el corazón es un dispositivo mecánico, el cerebro es electroquímica, y la muerte, un interruptor que apaga la vida.