Estamos a un día del colapso. Eso es así, en términos temporales terráqueos. Da igual si es mañana o dentro de cinco, diez, veinticinco o cien años: si tenemos en cuenta el tiempo que la Tierra ha sido habitable, el colapso es mañana. Así que estamos viviendo «el día antes» y lo que nos toca, si queremos sobrevivir como especie, es que ese día sea tan largo y transformador como podamos. Para que ese «día antes» sea realmente operativo hemos de generar unos escenarios donde la raza humana consiga perdurar.
Desde hace años, hay diseñadores y teóricos que reclaman una función del diseño más allá de la de incentivar el consumo. Esta función es la de mediador; es decir, el diseño como disciplina que configura nuestro entorno humanizado, algunos dicen que artificial, es una interfaz entre nosotros y el mundo, entre nosotros y los demás, e incluso entre nosotros y nuestro propio cuerpo. Esa función de mediación no ha sido nunca tan evidente como ahora, cuando desde las pantallas vemos el mundo o cuando durante meses hemos tenido que desinfectar todo objeto que tocábamos o cuando filtrábamos hasta el aire que respirábamos.
Pero más allá de lo coyuntural que tiene la covid-19, esa mediación cobra una dimensión social, o ecosocial. El diseño ya no puede ser solo una forma de vender más, debe ser una forma de habitar el mundo, que puede hacer que ese vivir sea posible o no. En realidad, la idea es formular, desde el diseño, una nueva relación con los objetos, que es una nueva relación con el consumo. No negarlo, porque sería absurdo, sino intentar que sea más sensato. Este libro intenta abrir caminos hacia esa dirección.