Out

A decir verdad, subestimaba a los hombres. La mayoría no eran más que bestias crueles y despiadadas.

Pues claro que lo es —dijo Soga—. Yo no leo cualquier porquería.
—Ya.
—De hecho, juzgo las novelas en función de si tienen o no alguna relación con mi trabajo.
—¿Y ésta? —preguntó Jumonji después de terminarse el gintonic en un abrir y cerrar de ojos.
—Aprueba con nota. Tiene mucho que ver con nuestro trabajo.
—¿En qué sentido?
—Tanto Murakami como sus chicas odian a los vejetes. Y, de alguna manera, nuestro trabajo es lo mismo: nace del odio hacia los vejetes que tienen el poder en nuestro país. Son unas inadaptadas, igual que nosotros.
—Ya —dijo Jumonji.
—Todos somos unos inadaptados —repitió Soga casi chillando—

—¿Por qué?

—Porque quiero estar sola. Porque quiero ser libre.

Kazuo también lloraba. Las lágrimas le corrían por las mejillas y caían sobre el tatami.

—¿Estar solo es lo mismo que ser libre?

Se sorprendió al comprobar que era capaz de tanta crueldad y violencia, pero aun así le pareció una revelación muy emocionante.

Satake había dicho que el destino era algo que sucedía con independencia de los planes que uno hiciera, y eso debía de guardar cierta relación con lo que ella había adivinado en el fondo de su mirada

Porque el destino es lo que sucede independientemente de los planes que hagas

«Sin mí no saldrían adelante», pensó Yoshie. De hecho, había convertido ese pensamiento en su razón de vivir. En la fábrica pasaba lo mismo. Le llamaban Maestra y era ella quien imponía el ritmo en la cadena. Ésa era la fuerza que la ayudaba a superar la dureza del trabajo, la fuente de su orgullo.

Sin duda los vivos eran más deprimentes.

Por algún motivo incomprensible, parecía que los más vagos atraían a las mujeres más trabajadoras. Sin embargo, no había más remedio que aceptarlo y resignarse.

A veces, Kuniko se preguntaba si era normal pensar tanto en esas cosas, si estaba bien soñar en mejorar