A pocas millas de Dodge City, tres jinetes descienden de sus caballos, a los que cubren con unas mantas secando el copioso sudor que pone un brillo metálico en la piel. Extenuados, déjanse caer al suelo, recibiendo la caricia de la verde hierba protegida del sol por un grupo de sicómoros y pinabetes. El más joven de ellos, antes de echarse, tiende su mirada hacia el horizonte que queda a sus espaldas. -Hace más de dos días que no hemos vuelto a ver a nuestros perros -dice al tiempo de tenderse sobre la fresca hierba-. Estoy seguro de que conseguimos escapar de ese tozudo sheriff.